Todo comenzó hace casi seis años (aunque en realidad descubrí con la terapia que mi personalidad era obsesiva de toda la vida) cuando yo estaba colgando unos cuadros y mi niño estaba jugando tranquilamente por allí. De repente, sin venir a cuento, vino a mi cabeza la imagen, el “flash” de que le daba al niño con el martillo en la cabeza. Inmediata y progresivamente empezó a torturarme la idea. Cómo era posible que me viniera ese pensamiento tan horrendo, cuál era la razón, cuál era el motivo. Caí en una espiral de análisis y preguntas intentando buscar respuestas. Cuanto más analizaba buscando una explicación, más me metía en el problema, hasta el punto que podía imaginarme que podía hacer daño al niño con cualquier cosa. Temía quedarme a solas con mi niño por miedo a hacerle daño. Caí en una depresión y por fin: contacté contigo…
A lo largo del tratamiento fui comprendiendo, no sin esfuerzo, que todas mis obsesiones eran provocadas por lo mismo: una respuesta inadecuada. Durante estos meses he ido comprendiendo que esos “flashes” mentales, como el que yo tuve, no son exclusividad mía, sino que son inherentes al ser humano, forman parte de su naturaleza, viene de forma involuntaria y no hay que analizarlos, ni comprobarlos, ni nada, porque no son nada, son absurdos y como tales hay que tratarlos. Adolfo, sólo puedo darte las gracias de todo corazón. Sé que aún me queda tiempo hasta que lo supere del todo, pero el camino hacia la solución definitiva es irreversible y lo voy a conseguir como lo conseguiste tú. Espero que esta carta pueda servir para que las personas que caigan en este infierno sepan comprender la causa del problema y sobre todo encontrar el camino para salir de él.